SAN JUAN 2, 13-15.
“En aquel tiempo se acercaba la Pascua de los judíos y Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendía palomas les dijo: Quitad esto de aquí: no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre. Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito: “El celo de tu casa me devora”.
Entonces intervinieron los judíos y le preguntaron: ¿Qué signos nos muestras para obrar así? Jesús contestó: Destruid este templo, y en tres días lo levantaré. Los judíos replicaron: Cuarenta y seis años ha constado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días? Pero él hablaba del templo de su cuerpo. Y cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron de que lo había dicho, y dieron fe a la Escritura y a la Palabra que había dicho Jesús.
Mientras estaba en Jerusalén por las fiestas de Pascua, muchos creyeron en su nombre, viendo los signos que hacía; pero Jesús no se confiaba con ellos, porque los conocía a todos y no necesitaba el testimonio de nadie sobre un hombre, porque él sabía lo que hay dentro de cada hombre.”
Iglesia: casa y nido para los pobres
Ya hemos celebrado cumplida en Cristo Jesús la alianza de Dios con Noé.
En Cristo Jesús, transfigurado, resucitado, alcanzó también su plenitud la bendición de Dios a nuestro padre Abrahán, la alianza de Dios con él, las promesas con las que encendió su esperanza.
En Cristo Jesús vemos cumplida hoy la alianza de Dios con su pueblo en el Sinaí.
A Noé le tocó en suerte una bendición: en Cristo, los humildes han sido bendecidos con toda clase de bienes espirituales y celestiales.
Abrahán heredó promesas y esperanzas: en Cristo todas hallaron cumplimiento.
El pueblo de Israel recibió en la montaña santa una ley de vida, mandamientos verdaderos, enteramente justos: en Cristo alcanzan plenitud la ley y los profetas.
Tanto amó Dios al mundo que, no sólo le dio su ley y le habló por los profetas, sino que le entregó a su Hijo único, su Palabra eterna, su sabiduría hecha carne.
Si escuchas a Cristo Jesús, si contemplas su misterio, si aprendes la sabiduría que en él se te revela, habrás escuchado la ley perfecta, habrás contemplado el precepto fiel, el mandato justo, habrás aprendido la norma límpida que Dios nos ha dado para que caminemos en su presencia, para que tengamos vida, para que seamos humanidad nueva, para que seamos uno, para que seamos “un nosotros cada vez más grande”…
Si en ese templo único que es Cristo Jesús ofrecemos a Dios el culto de nuestra vida, si lo ofrecemos en el cuerpo de Cristo que es la Iglesia, si lo ofrecemos en ese uno que es el pueblo de Dios, si lo ofrecemos en ese “nosotros cada vez más grande” que está llamada a ser la humanidad entera, entonces nuestro culto será verdadero, ofrecido por hombres y mujeres que adoran a Dios en espíritu y en verdad…
Sube hasta Cristo, entra en el templo que el Señor tu Dios ha levantado con la fuerza de su Espíritu; vuela, gorrioncillo humilde, vuela hasta Cristo y encontrarás tu casa; vuela, golondrina amiga del cielo, y encontrarás un nido en el que colocar tus polluelos.
Sube y escucha al que es descanso del alma; entra y comulga con el que es más dulce que la miel; vuela y aprende a Cristo crucificado, fuerza de Dios y sabiduría de Dios; vuela hasta lo alto bajando con Cristo hasta lo hondo.
Tanto te amó tu Dios, Iglesia en camino, que te dio a su único Hijo.
Tanto amó Dios a los pobres, que te puso en sus caminos para que, encontrándote a ti, encontrasen a Cristo Jesús.
Dichosa tú, en quien Dios puso casa y nido para los pobres.
Feliz domingo.
Siempre en el corazón Cristo.
+ Fr. Santiago Agrelo
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