San Mateo 22,15-21.
“En aquel tiempo, los fariseos se retiraron y llegaron a un acuerdo para comprometer a Jesús con una pregunta. Le enviaron unos discípulos, con unos partidarios de Herodes, y le dijeron: Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas el camino de Dios conforme a la verdad; sin que te importe nadie, porque no te fijas en las apariencias. Dinos, pues, qué opinas: ¿es lícito pagar impuestos al César o no?
Comprendiendo su mala voluntad, les dijo Jesús: ¡Hipócritas!, ¿por qué me tentáis? Enseñadme la moneda del impuesto.
Le presentaron un denario. Él les preguntó: ¿De quién son esta cara y esta inscripción?
Le respondieron: Del César.
Entonces les replicó: Pues pagadle al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.”
Las gabelas de Dios
Muchas veces, para adentrarnos en el misterio de salvación que se celebra en el domingo, hemos pasado por la puerta del salmo responsorial, y hoy también pediremos al salmista que sea él quien nos guíe al misterio donde Dios habita, y a Cristo en quien Dios se nos ha manifestado.
El salmo, por ser oración, tiene la virtud y la gracia de apartarnos de tentaciones moralizantes, y de introducirnos sin demora en la presencia de Dios.
Todos guardamos en la memoria el dicho de Jesús: “Pagadle al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios”.
El mandato es claro, “pagad”, y el significado también lo es, pues todos entendemos que equivale más o menos a “dad”, “devolved”, “entregad”, “restituid”.
Lo que se ha de pagar “al César”, no es necesario que lo explique yo: hay quien se ocupa de que lo cumpláis y sin necesidad de muchas explicaciones. Sabéis, sin embargo, que el debido cumplimiento de ese «deber con hacienda» no es para vosotros motivo de júbilo, y no suele llevar consigo gritos de aclamación ni cantos de fiesta.
Cosa bien distinta sucede con el “tributo” que pagamos a Dios.
Ahora será el salmista quien nos ayude a comprender.
Recuerda, Iglesia amada del Señor, sus palabras, que hoy son también palabras de tu oración: “Cantad al Señor, contad sus maravillas, aclamad al Señor, aclamad la gloria del nombre del Señor, postraos ante el Señor”…
A ti se te ha concedido conocer la gloria del Señor, has podido admirar sus maravillas, a ti se te ha revelado su grandeza, conoces el poder de su brazo.
Si te fijas en la creación, los cielos y la tierra, las criaturas todas te hablan de quien todo lo sostiene; y todas “pagan tributo de reconocimiento y de agradecimiento” a su Creador: “El cielo proclama la gloria de Dios, el firmamento pregona la obra de sus manos, el día al día le pasa el mensaje, la noche a la noche se lo susurra”.
Si te fijas en la historia del pueblo de Dios, en su Pascua, en la salvación de la que ha sido beneficiario, hallarás que el Señor “increpó al mar y se secó, los condujo por el abismo como por tierra firme; los salvó de la mano del adversario, los rescató del puño del enemigo… Entonces creyeron sus palabras”, y todos ellos, pagando el tributo debido a su Dios, “cantaron su alabanza”.
¿Has encontrado el camino que lleva desde la experiencia de la gracia al tributo del agradecimiento? Entonces deja ya la mano del salmista y entra, guiada por el Espíritu de Jesús, en el misterio de la Pascua cristiana. El Padre Dios te ha entregado como sacramento de su amor a su propio Hijo. En Cristo has entrado en el mundo nuevo, en el que Dios es Rey; en Cristo has conocido maravillas que nunca habrías podido siquiera soñar: que seas morada de Dios y que Dios sea tu morada; que seas hijo de Dios y, por ser hijo, seas también heredero; que seas templo del Espíritu Santo; que lleves sobre ti, como si de tu hacienda se tratase, todas las bendiciones con que el Padre Dios podía bendecirte.
Si conoces lo que has recibido, conocerás lo que has de tributar: “Cantad al Señor un cántico nuevo”. Siempre nueva es la Pascua de tu liberación, Iglesia de Cristo; siempre nuevo ha de ser tu canto, siempre nuevo ha de ser tu tributo…
Deja la mano del salmista, pero no dejes la mano de aquel con quien vas a entrar en comunión sacramental… Es Cristo quien se te ofrece, es a Cristo a quien recibes, es con Cristo con quien Dios se te da por entero. Todo se te da en el que viene a ti. Ahora eres tú quien ha de decidir cuál ha de ser la cuantía de tu tributo… Un tributo de aclamaciones, un tributo de pan para Cristo pobre, el tributo de todo tu ser para quien te amó sin reservarse nada para sí…
Feliz domingo.
Siempre en el corazón Cristo.
+ Fr. Santiago Agrelo
Arzobispo emérito de Tánger
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