San Marcos 10, 2-16.
"En aquel tiempo, se acercaron unos fariseos y le preguntaron a Jesús para ponerlo a prueba: ¿Le es lícito a un hombre divorciarse de su mujer?
Él les replicó: ¿Qué os ha mandado Moisés?
Contestaron: Moisés permitió divorciarse dándole a la mujer un acta de repudio.
Jesús les dijo: Por vuestra terquedad dejó escrito Moisés este precepto. Al principio de la creación los creó hombre y mujer: por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne. De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre.
En casa, los discípulos volvieron a preguntarle sobre lo mismo. Él les dijo: Si uno se divorcia de su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la primera. Y si ella se divorcia de su marido y se casa con otro, comete adulterio.
Le presentaron unos niños para que los tocara, pero los discípulos les regañaban. Al verlo, Jesús se enfadó y les dijo: Dejad que los niños se acerquen a mí: no se lo impidáis; de los que son como ellos es el Reino de Dios. Os aseguro que el que no acepte el Reino de Dios como un niño, no entrará en él. Y los abrazaba y los bendecía imponiéndoles las manos."
Ser uno con Dios, con todos, con todo
Son muchos los fieles que, a la hora de comulgar, se muestran incapaces de ser uno con los demás, y en un banquete al que todos han sido invitados para que, comiendo y bebiendo, hagan memoria de Cristo Jesús, memoria de su amor hasta el extremo, nos perdemos en opciones personales innegociables: que si en la boca o en la mano, que si de pie o de rodillas, que si haciendo genuflexión o inclinación de cabeza, que si con los ojos abiertos o los ojos cerrados...
Con lo cual, con escándalo previsible de pequeñuelos en la fe, de cuantos la tienen débil y de los llamados a tenerla, hacemos evidente nuestra falta de comunión, nuestro individualismo arrogante, nuestro narcisismo, nuestro elitismo.
A todos nos tientan formas de religiosidad que nos hacen sentir únicos, aunque nos alejen del ideal de unidad –del ideal de comunión- que es, desde el principio, el designio de Dios para la humanidad.
El salmo con que hoy respondemos a la palabra de Dios, es una bienaventuranza que canta la felicidad de la vida familiar. Aunque el salmista no pudiera intuirlo, nosotros podemos ver en sus palabras una anticipación de la felicidad de Cristo con su Iglesia, del esposo con la esposa: “Dichoso el que teme al Señor…Tu mujer como parra fecunda en medio de tu casa; tus hijos, como renuevos de olivo, alrededor de tu mesa”.
A su vez, el apóstol Juan hablaba de la vida de los fieles, cuando dijo: “Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros, y su amor ha llegado en nosotros a su plenitud”; y nosotros, precisamente porque ésas son palabras que hablan de nuestra vida, las entendemos dichas también de nuestra eucaristía, pues sólo si nos amamos unos a otros, comulgamos con Cristo Jesús.
No hay eucaristía sin casa familiar, sin mesa familiar, sin el esposo con la esposa y los hijos en torno a la mesa. No hay eucaristía sin comunión en el amor, con Cristo y con todos.
“Dios es amor”, y sólo el amor es digno de Dios: sólo la comunión en el amor da testimonio creíble del amor que es Dios.
No cabe otra forma de ser cristiano, que no sea la de amar como Cristo nos amó. El apóstol Pablo lo dijo así: “Si queréis darme el consuelo de Cristo y aliviarme con vuestro amor, si nos une el mismo Espíritu y tenéis entrañas compasivas, dadme esta gran alegría: manteneos unánimes y concordes con un mismo amor y un mismo sentir. No obréis por rivalidad ni por ostentación. Cada cual considere humildemente que los otros son superiores. No os encerréis en vuestros intereses, sino buscad todos el interés de los demás. Tened entre vosotros los sentimientos de Cristo Jesús”.
En el juicio sobre nuestras vidas, no se nos preguntará por una correcta formulación de los dogmas, sino por el amor –de nada nos servirá la ortodoxia, si no tenemos amor-. En aquel juicio, no se nos preguntará por la liturgia, sino por el amor –de nada nos servirán las genuflexiones, las inclinaciones de cabeza o de cuerpo, las esclavitudes y las ofrendas, si no tenemos amor-: “Tuve hambre, y me disteis de comer… Tuve hambre, y no me disteis de comer…”.
La fe en un Dios que es amor, hace que, con nuestro Dios, entren en nuestra vida nuestros hermanos de fe, la humanidad entera, la creación entera.
La fe en un Dios que es amor, hace que seamos uno con Dios, uno con nuestro Señor Jesucristo, uno con el cuerpo de Cristo que es la Iglesia, uno con los pobres en los que Cristo sale a nuestro encuentro, uno con todos, uno con todo…
Ser cristiano es siempre cuestión de amor y de comunión.
P.S.:
«Según información recabada por Caminando Fronteras de las dos únicas supervivientes, cincuenta y siete personas han muerto al hundirse en las proximidades de El Aaiún, en el Sahara, una lancha neumática que había salido desde el sur de Marruecos hacia Canarias. Entre los fallecidos en el naufragio hay catorce mujeres, una niña y dos bebés» (la información es del pasado 26 de septiembre).
«Localizan una patera con 30 cadáveres frente a las costas de Senegal. Las autoridades de Senegal han descubierto frente a las costas del país africano una embarcación con unos 30 cadáveres, supuestamente migrantes que habían partido desde algún lugar del África occidental» (la información es del pasado 23 de septiembre).
A esta guerra despiadada contra los pobres, hemos de añadir las guerras que los ricos se hacen entre sí, guerras despiadadas, que arrebatan la vida a miles y miles de personas inocentes, provocan millones de desplazamientos.
Mientras a unos se les impide emigrar, a otros se les obliga a dejarlo todo porque los poderosos tienen designios de muerte.
Este mundo te necesita, Iglesia cuerpo de Cristo: necesita tu amor, tu pequeñez, tu presencia humilde, tus manos de sierva de todos, tu corazón de acoger… Este mundo necesita de Jesús de Nazaret.
Siempre en el corazón Cristo.
+ Fr. Santiago Agrelo
Arzobispo emérito de Tánger
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