domingo, 2 de marzo de 2025

¡FELIZ DOMINGO! 8º DEL TIEMPO ORDINARIO

San Lucas 6, 39-45.

    “En aquel tiempo, ponía Jesús a sus discípulos esta comparación: ¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo? Un discípulo no es más que su maestro, si bien cuando termine su aprendizaje, será como su maestro.

    ¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo?  ¿Cómo puedes decir a tu hermano: “Hermano, déjame que te saque la mota de tu ojo”, sin fijarte en la viga que llevas en el tuyo? ¡Hipócrita! Sácate primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la mota del ojo de tu hermano.

    No hay árbol sano que dé fruto dañado, ni árbol dañado que dé fruto sano. Cada árbol se conoce por su fruto: porque no se cosechan higos de las zarzas, ni se vendimian racimos de los espinos.

    El que es bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien, y el que es malo, de la maldad saca el mal; porque lo que rebosa el corazón, lo habla la boca.”

 

¡Ojo al corazón!

 

Entrar en el corazón, nombrar lo que hay en él, es acercarse a la verdad de lo que somos.

Si queremos encontrarnos con nosotros mismos, hemos de entrar en ese espacio secreto, íntimo, nuestro, sólo nuestro, que es el corazón.

Lo que allí atesoramos, es la matriz donde nace y crece lo que somos a la vista de todos, allí nace y crece lo que sale del corazón.

Jesús lo dijo de aquella manera: “De lo que rebosa el corazón, habla la boca”; o lo que es lo mismo: lo que llevamos dentro, en el corazón, eso saldrá a la luz en lo que decimos y en lo que hacemos.

La historia de la humanidad, y la historia de cada ser humano, dejan entrever la infinidad de sueños que pueden encontrar acogida en un corazón: “El hombre bueno, de la bondad que atesora en su corazón, saca el bien; y el que es malo, de la maldad saca el mal”.

En el corazón de Dios no existe la maldad: allí son de casa la misericordia y la fidelidad. Nos lo recuerda el salmista: “El Señor es justo, en él no existe la maldad”;y  nos lo deja siempre a la vista Cristo Jesús, que es sacramento de la misericordia de Dios, de la fidelidad de Dios, de la mirada compasiva de Dios.

La fe que profesamos lleva consigo que imitemos lo que creemos: “Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto”; amad como Dios ama; haced salir vuestro sol sobre buenos y malos, como el Señor nuestro Dios hace salir su sol sobre justos e injustos…

Por la fe que profesamos, llevamos en el corazón a Cristo Jesús, y no simplemente como idea o creencia, sino que lo llevamos como él es, y, día a día, con obstinación de amantes, nos miramos en él, para hacernos con sus sentimientos, su modo de ser, sus opciones en la relación con Dios, sus opciones en la relación con los demás.

Por la fe que profesamos, intentamos guardar en nuestro corazón lo que en su corazón guardaba Jesús: el amor del Padre, la obediencia al Padre, la pasión por el reino de Dios, los pobres, como destinatarios del evangelio, como predilectos de Dios.

Si nos decimos discípulos de Jesús, guardaremos en el corazón la imagen del Maestro arrodillado a nuestros pies para lavarnos, y en el corazón, indelebles, quedarán grabadas las palabras del mandato que él nos dio: “haced vosotros lo mismo”.

La eucaristía que celebramos es memoria real y verdadera de Cristo Jesús, memoria de sus palabras, de sus miradas, de sus gestos, de sus hechos, de su compasión, memoria de su vida entregada, de su amor hasta el extremo.

Celebramos la eucaristía para  guardar en el corazón a Cristo Jesús, para aprender los sentimientos de Cristo Jesús, para aprender a ser pan sobre la mesa de los pobres, para aprender a curar las heridas de la humanidad, para dejar que el Espíritu de Dios nos transforme en Cristo Jesús.

En la eucaristía, para aprender a Cristo, escuchamos la palabra de Dios y la palabra de la Iglesia. En la eucaristía, comulgamos para ser todos uno, para ser todos el cuerpo de Cristo, para ser todos Cristo.

En la eucaristía, escuchando y comulgando, guardamos en el corazón a Cristo, para que todos lo encuentren en nuestra vida, como está escrito: “De lo que rebosa el corazón, habla la boca: el hombre bueno, de la bondad que atesora en su corazón, saca el bien; y el que es malo, de la maldad saca el mal”.

Quien lleva a Cristo en el corazón, “en la vejez seguirá dando fruto, y estará lozano y frondoso, crecerá como una palmera, crecerá en los atrios de nuestro Dios”.

En el corazón está la verdad de lo que somos. Si deseamos que en nuestra vida se transparente Cristo Jesús, ¡ojo al corazón!

 

Siempre en el corazón Cristo.

+ Fr. Santiago Agrelo

Arzobispo emérito de Tánger

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