En efecto, la "hora" determinada por el Padre celestial para dar a conocer a su Hijo al mundo había llegado. Jesús y María se fueron en esta tarde a "La Colina", donde en ambiente de paisaje encantador sentados en los peñascos de la pradera, hablaron en gran intimidad.
Jesús le dijo a María con mucha ternura:
- Madre mía, quiero decirte ahora los pasos que he de dar en mi camino para empezar la predicación del Reino de Dios y su extensión por el mundo. Mañana saldré de Nazaret rumbo al Jordán, donde Juan está bautizando. Debo ser bautizado por él, para testimoniar así que Juan bautiza guiado por el Espíritu de Dios y no es ningún falso profeta.
Después, Madre, me espera el desierto, donde me conducirá el Espíritu Santo para encomendarme a mi Padre celestial. Y así fortalecido y entrenado, poder comenzar mi misión.
Pero tú, Madre mía, tienes que seguir con tu vida silenciosa y sacrificada ayudando a tu Hijo amorosamente. Tú serás la que con tu oración ante mi Padre mantendrás encendida la antorcha de la fe que tu Hijo tiene que encender en el mundo, sin que nunca se deje extinguir. Tú serás la cooperadora de mi Obra con tu vida entregada al amor. El amor es la semilla que tu Hijo va a sembrar sin descanso. El amor, que sin duda, hemos de ver germinar y florecer con alegría. Pues el amor es la fuente de toda belleza y de todo heroísmo. El amor es la razón de la vida; el amor es nuestra vida: la vida de Dios. El amor no pasa ni muere jamás; es eterno.
Pero el mundo, nuestra generacion, nuestra tierra está fría, desolada; tiene una falta inmensa de amor... y ante tanta confusión y pecado como reina en el mundo, tenemos que instaurar el Reino del amor. En esta lucha del odio contra el amor es en la que tenemos que ser fuertes, Madre mía. Sin embargo, nada temas, pues al fin ha de vencer el amor.
María tan delicada y dulce, le escuchaba con gran atención, pero pensando que su Hijo se iba de su casa, quizá para no volver, no podía hablar. Le había embargado una nostalgia tan honda e íntima que no pudo menos de estallar en llanto. María lloraba por la separación de su Hijo Dios. Además parece que presentía ya su tragedia...
Entonces Jesús abrazó a su madre. Y ella al fundirse en el abrazo divino de su Hijo, notó que se la desaparecía toda amargura... e invadió su corazón como un desbordado torrente de amor y de dulzura infinita que no se podía contener... Sus lágrimas son ahora purísimo amor... un amor que todo lo puede, todo lo espera, todo lo soporta. Se sintió fuerte e invencible y así dijo estas palabras:
- Hijo mío amadísimo, me has colmado de amor. Ya nada temo. Te digo que con tu ayuda, no defraudaré jamás tus esperanzas. Estaré siempre contigo. Seguiré siendo tu madre y tu consuelo.
¡Oh! ¡Gracias, Hijo mío, por tu amor inefable!
Se levantaron. Y caminando lentamente entraron en su casita. Atardecía...
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