domingo, 13 de junio de 2010

UN DÍA EN NUESTRO CONVENTO



Suena la campana: comienza la jornada, aunque en la enfermería llevan ya un rato despiertas, ayudando a levantar a las hermanas que no pueden hacerlo solas.
Si salimos a la huerta vemos a algunas monjas que aprovechan el fresco de la mañana para regar los jardines, mientras otra pasea por la muralla pasando entre sus dedos las cuentas del rosario. De vez en cuando mira hacia lo alto, y da gracias a Dios por el nuevo cielo que hoy ha pintado para los hombres. Arriba, la hermana luna, a un lado la catedral, de frente algunas nubes se dejan colorear por los nacientes rayos del hermano sol que comienza a asomar en el paisaje, y una multitud de pájaros revoloteando en círculos y piando dando la bienvenida al nuevo día que nace.
El reloj del Coro da las 7 y se oye a una sola voz, el saludo de la comunidad a Jesús Eucaristía: “Te adoramos Santísimo Señor Jesucristo, aquí y en todas las iglesias que hay en todo el mundo, y te bendecimos que por tu Santa Cruz redimiste al mundo”.
Ofrecemos al Señor el día que tenemos por delante y tras una hora de oración personal elevamos a Dios nuestra alabanza con el canto de Laudes. A continuación le ofrecemos a nuestra Madre, la Virgen María, el rezo del rosario y seguimos con la oración de Tercia. A su término, la comunidad, en procesión y en silencio, se dirige al Refectorio para el desayuno.
Son las 9 y media cuando se oye la campana que nos llama a trabajar. El trabajo, manual lo realizamos en común y está distribuido en dos talleres: confección y bordado de ornamentos litúrgicos y encuadernación. Cuando el reloj da la hora, en cada oficina, las voces de las hermanas se unen para hacer una plegaria y una comunión espiritual. Es la manera de no apagar el “espíritu de la santa oración y devoción, al cual deben servir todas las demás cosas temporales”, como nos recomienda nuestra seráfica Madre Santa Clara en su Regla. También es habitual que se rece durante el trabajo la “corona franciscana”.
¿Dónde va esa hermana que sale de la oficina? Es la hora de su “vela”. Durante la mañana y la tarde acompañamos a Jesús Sacramentado en el Sagrario. Lo hacemos por turnos de media hora. Antes estábamos dos hermanas en cada turno, ahora, como somos menos, algunas hermanas están solas.
Pero si ya es la una, ¡cómo pasa el tiempo! De nuevo se oye la campana llamando a la comunidad al rezo de Sexta. Después un breve examen sobre la mañana transcurrida y el Ángelus.
En procesión y recitando el salmo 129 vamos al refectorio para la comida, que se hace en silencio mientras una hermana lee, primero el evangelio y después noticias de la Iglesia, mensajes del Papa o circulares.
Acabada la refección llega el momento de la recreación en el que las monjas, mientras sus manos mueven con garbo la aguja del ganchillo, comentan acontecimientos de actualidad o la Palabra de Dios y su vivencia, comparten noticias de sus familias o comunican si alguien se ha acercado al torno para pedir oraciones y las intenciones concretas. Algunas veces, dejando salir a las niñas que llevamos dentro, jugamos a la comba o a la pelota, llenando el ambiente de risas y algarabía.
El sonido del timbre paraliza toda acción. Son las dos y media. Es tiempo de silencio. Nos retiramos a las celdas para descansar, si lo necesitamos, o realizar otra actividad que no rompa el silencio.
A las cuatro menos veinte, el timbre nos convoca de nuevo en el Coro para el rezo de Nona y la lectio divina. Seguidamente el tiempo dedicado a la formación permanente o al ensayo de los cantos para la Misa y el Oficio divino. A las cinco las hermanas regresan al trabajo o a atender las distintas oficinas necesarias para la buena marcha del convento: biblioteca, archivo, economato, secretaría… hasta las 6 y media aproximadamente.
Hasta las 7 y cuarto contamos con un tiempo libre, que aprovechamos para dar un paseo, regar jardines, leer o nuestras devociones personales; tiempo para desconectar de las ocupaciones cotidianas y prepararnos para el momento cumbre de la jornada: la Eucaristía, “Sagrado Banquete en el que Cristo es nuestra comida, se celebra el memorial de su pasión, el alma se llena de gracia y se nos da la prenda de la gloria futura”.
¿Pero por qué empieza de manera distinta? Porque la celebramos unida a la hora de Vísperas y lo primero es el himno y los salmos, que cantamos todos los días para dar más solemnidad a nuestra alabanza.
Al finalizar, la oración personal se prolonga hasta las nueve menos cuarto, hora en que cantamos a la Virgen la “Tota Pulcra”, rezamos el Ángelus y hacemos la consagración al Corazón de Jesús, para acabar este tiempo de oración con el Oficio de Lecturas. Los sábados y vísperas de solemnidades lo rezamos a las once y media de la noche, para conservar el carácter nocturno de esta Hora.
Salimos a cenar. Todo se desarrolla como en la comida. Cuando es fiesta, la madre levanta el silencio y podemos hablar, como acto de fraterna familiaridad. Y después, el recreo.
La jornada está llegando a su fin. Por última vez en el día, el timbre nos devuelve al silencio y nos lleva al Coro para el último acto de comunidad: el rezo de Completas.
Son las diez y media de la noche. Nos retiramos a las celdas para imitar con nuestro descanso a Jesús que reposó en el sepulcro, y pedimos al Señor que al levantarnos mañana, le imitemos también resucitando a una vida nueva.

Sor Mª Cristina de la Eucaristía,

1 comentario:

  1. Gracias por este testimonio de la vida ordinaria pero llena y plena de cada día, por y para Dios en cada acto cotidiano, acompañándoLE a SU LADO SIEMPRE,gracias.. porque gracias a vuestra oración y ejemplo nos ayudáis a seguir sus huellas y a no desfallecer ante las dificultades a sentirnos más alegres y mas vivos que nunca sabiendo que alguien ora al Señor por nosotros no hay mejor trabajo, en la sencillez pero con esa constancia que anima y conforta.Un abrazo a todas en Jesus de Teresa(la foto del patio ¿ya se arreglo?)seguro que sí que Dios aprieta pero no ahoga.

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