En aquel tiempo,
iba Jesús camino de una ciudad llamada Naín, e iban con él sus discípulos y
mucho gentío. Cuando estaba cerca de la ciudad, resultó que sacaban a enterrar
a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda; y un gentío considerable de
la ciudad la acompañaba.
Al verla el Señor,
le dio lástima y le dijo: No llores.
Se acercó al ataúd
(los que lo llevaban se pararon) y dijo: ¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate!
El muerto se incorporó y empezó a hablar y Jesús
se lo entregó a su madre. Todos sobrecogidos daban gloria a Dios diciendo: Un
gran profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo.
La noticia del hecho
se divulgó por toda la comarca y por Judea entera.
*** *** *** ***
Este relato de
milagro es propio de san Lucas y prepara la respuesta de Jesús a los enviados
de Juan Bautista (Lc 7,22). Las semejanzas con el relato del I Libro de los
Reyes de la 1ª lectura son palpables. Jesús es presentado como el nuevo Elías.
Sin embargo, hay elementos que los diferencian. Jesús no actúa a instancia de
parte. Todo es iniciativa suya. No hay intercesión, sino intervención directa.
La vinculación de
Elías con los últimos tiempos estaba extendida en el judaísmo contemporáneo a
Jesús; de hecho tanto el Bautista como
Jesús aparecen vinculados a él (Lc 9,8; Jn 1,21). Aunque Juan se desvincula
expresamente (Jn 1,21.25); y Jesús parece que también, presentando al Bautista
como la representación del profeta (Mt 11,14; 17,12-13). En todo caso, estas
identificaciones advierten de la conciencia popular sobre la calidad personal
tanto del Bautista como de Jesús, y de hallarse en unos tiempos de gran
expectación mesiánica.
REFLEXIÓN PASTORAL
Volvemos, tras las
celebraciones litúrgicas de la Cuaresma y la Pascua, al llamado Tiempo Ordinario.
La denominación es equívoca y hasta poco feliz. Normalmente identificamos
“ordinario” con rutinario o vulgar. Y no debería ser así.
Tras días densos e
intensos, volvemos al día a día, también en el calendario y el termómetro
litúrgico, para revalidar y consolidar los grandes misterios que hemos
celebrado. Saberlos vivir con profundidad y sentido será la prueba de que los
hemos celebrado realmente, y no solo ritualmente.
La palabra de Dios
nos habla en la 1ª y 3ª lectura de Dios y de sus enviados como servidores y
promotores de la vida.
Las figuras de
Elías, inflexible y enérgico con los poderosos, y vulnerable ante la súplica
desconsolada de la pobre viuda de Sarepta, y de Jesús, recorriendo los caminos
de la vida, que son también los del dolor y de la muerte, son aleccionadoras.
Es un dato a
destacar: el servidor de Dios debe ser siempre, más que un predicador teórico,
un promotor de vida a todos los niveles: vida espiritual, aportando esperanza,
ternura, compasión y comprensión…, y vida material: ayuda, solidaridad, pan…
Jesús decía: “Por sus frutos los conoceréis” (Mt 7,16)
El servidor de Dios
no puede ser un distraído de la vida, ha de estar en sus caminos, aspirando sus
olores y degustando sus sabores, pero aportando también su olor y su sabor propios. Como Jesús y Elías. Ambos promovieron
vida (I Re 17, 17-24; Lc 7,11-17) y pan (I Re 17, 7-16; Lc 9,12-17) y enjugaron
lágrimas. Más aún, Jesús se hizo Vida (Jn 14,6) y se hizo Pan (Lc 22,19): “El
pan de la vida” (Jn 6,34).
“Levántate”. Esta
palabra debemos oírla y obedecerla todos, porque todos yacemos en situaciones
de muerte o de semivida. ¿O no es semivida la rutina, la tibieza, la
incoherencia, la falta de alegría y esperanza que aspiramos y respiramos?
“Levántate”, nos dice el Señor. Y, levantado, ayuda a levantar a tantos que
esperan una mano bienhechora o desesperan ya de encontrarla.
El don recibido no
es para apropiárnoslo sino para compartirlo, para disfrutarlo con los otros.
Eso es la evangelización: compartir el gozo del Evangelio. Y fue lo que hizo
Pablo (2ª). No se apropió la revelación de Jesucristo, sino que se dedicó, a
tumba abierta, a compartirla con los otros, haciéndose todo para todos (cf. I
Co 9,22) “para que Dios sea todo en todos” (I Co 1,28).
El evangelio es un
servicio a la vida y un servicio de vida. Donde se anuncia y se acepta, florece
la vida, en formas humildes, pero dinámicas. EVANGELIO Y VIDA son realidades
inseparables.
REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Cómo circulo por la vida?
¿Sembrando vida y esperanza?
.- ¿Con qué pan alimento mi vida?
.- ¿Siento la urgencia de evangelizar?DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.
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