"Al anochecer de aquel día, el día primero
de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas, por
miedo a los judíos. En esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: Paz a
vosotros.
Y diciendo esto, les enseñó las manos y el
costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor.
Jesús repitió: Paz a vosotros. Como el
Padre me ha enviado, así también os envío yo.
Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre
ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los
pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan
retenidos."
*** *** ***
La muerte de Jesús había desconcertado a
los discípulos; el miedo les atenazaba. Jesús se les presenta, como dador de la
Paz y acreditado por las señales de su pasión y muerte: el Resucitado es el
Crucificado; la resurrección no elimina la cruz sino que la ilumina. Al verlo,
los discípulos recuperan no solo la Paz sino la alegría (sin él no hay alegría
ni paz verdaderas). Y Jesús, antes de marchar, les confía la tarea de proseguir
la obra que le encomendó el Padre. Como él, la realizarán, con la ayuda del
Espíritu, su don definitivo; y como él esa misión tendrá como contenido
principal anunciar y realizar la oferta misericordiosa de Dios: el perdón.
REFLEXIÓN
PASTORAL
Con
esta fiesta se cierra la gran trilogía pascual. Con la aparición de la fuerza
de Dios, que es su Espíritu, se pone en marcha el tiempo de la Iglesia, fundamentalmente
dedicado a la predicación del Evangelio.
"¿Habéis
recibido el Espíritu Santo?”, preguntó S. Pablo a los cristianos de
Éfeso. "No hemos oído decir siquiera que exista el Espíritu Santo",
respondieron (Hech 19, 1-2). Posiblemente, nosotros habríamos dado alguna
respuesta: es Dios, la Tercera
persona de la Santísima Trinidad...Y quizá ahí se acabaría nuestra
"ciencia del Espíritu". Y sin embargo es la gran novedad aportada por
Cristo; es su don, su herencia, su legado.
Un don necesario para pertenecer a Cristo (Rom 8,9), para
sentirle y tener sus criterios de vida, y acceder a la lectura de los designios
de Dios. Un don para todos (universal) y
en favor de todos. De ahí que todo planteamiento "sectario" en nombre
del Espíritu sea un pecado contra el mismo. Los monopolizadores del Espíritu no
son sino sus manipuladores.
Es el Maestro de la Verdad; es él quien nos
introduce en el conocimiento del misterio de Cristo -"Nadie puede decir: "¡Jesús es Señor!" sino por influencia del
Espíritu" (1 Cor 12,3)- , y del misterio de Dios -"Nadie conoce lo íntimo de Dios sino el
Espíritu de Dios" (1 Cor 2,11)) -.
Es el
Maestro de la oración. El Espíritu Santo es la posibilidad de nuestra
oración -"viene en ayuda de nuestra
flaqueza. Pues nosotros no sabemos pedir como conviene; mas el Espíritu mismo
intercede por nosotros" (Rom 8,26)-
y el contenido de la oración (Lc 11,8-13).
Es el Maestro de la comprensión de la Palabra. Inspirador
de la Palabra,
lo es también de su comprensión, pues "la Escritura se ha de leer
con el mismo Espíritu con que fue escrita". El da vida a la Palabra; hace que no se
quede en letra muerta. El facilita su encarnación y su alumbramiento. “El os llevará a la verdad plena” (Jn
16,13)
Es el Maestro del testimonio cristiano.
Sin la fuerza del Espíritu, el hombre no solo carece de fuerza para dar
testimonio del Señor, sino que su testimonio es carente de fuerza.
Es una realidad envolvente. Cubrió
totalmente la vida de Jesús - "El
Espíritu del Señor está sobre mí" (Lc 4,18) - ; la vida de María -"La
fuerza del Altísimo descenderá sobre tí" (Lc 1,35)-, y debe cubrir la
vida de todo cristiano comunitaria e individualmente.
REFLEXIÓN
PERSONAL
.-
¿Qué experiencia tengo del Espíritu Santo?
.-
¿Sigo su magisterio?
.-
¿Sé escuchar el lenguaje del Espíritu?
DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.
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