"En aquel tiempo se apareció Jesús a los
Once, y les dijo: Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la
creación. El que crea y se bautice, se salvará; el que se resista a creer, será
condenado. A los que crean, les
acompañarán estos signos: echarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas
nuevas, cogerán serpientes en sus manos, y si beben un veneno mortal, no les
hará daño. Impondrán las manos a los enfermos y quedarán sanos.
El Señor Jesús, después de hablarles,
ascendió al cielo y se sentó a la derecha de Dios.
Ellos fueron y proclamaron el Evangelio por
todas partes, y el Señor actuaba con ellos y confirmaba la Palabra con los
signos que los acompañaban."
*** *** ***
La manifestación de Jesús vivo a los
discípulos se convierte en misión urgente y universal: por todo el mundo y a toda
la creación (cf. Col 1,23). Con un
mensaje y una tarea: anunciar y hacer el Evangelio. Un mensaje que exige la
decisión frente al mismo (cf. Lc 2,34-35). Una decisión positiva - la fe -, que
se manifiesta en el bautismo. A diferencia de Mt 28,19, no se envía a bautizar
sino a evangelizar. No se trata de establecer una oposición entre
evangelización y sacramentalización, pero sí advertir un orden de procedimiento
(cf Hch. 8,37; 1Cor 1,l7). La decisión negativa también es destacada en sus
consecuencias.
El mensaje irá acompañado de signos
identificativos y significativos, y no solo están reservados para los Once
sino para todos "los que crean en mi nombre" (v 17).
Se narran cinco signos, que son en
definitiva, prueba de que la obra de Jesús sigue adelante y de que la humanidad
es llamada e introducida en una era de renovación.
Cumplida la misión, Jesús recibe el abrazo
del Padre. Dios rubrica la obra de Jesús: Dios se ha solidarizado con la obra
del Hijo. Y la Iglesia comienza su tarea, contando siempre con un colaborador
excepcional, el Señor Jesús. Es esta compañía la que hace eficaz la obra de la Iglesia. Con otras
palabras se indica la misma idea de Mt 28,20: la promesa de la presencia
indefectible del Resucitado.
REFLEXIÓN PASTORAL
La fiesta de la Ascensión del Señor
frecuentemente la interpretamos y vivimos de una manera reductiva. Resaltamos
la exaltación / glorificación personal de Cristo, que, sin duda lo es,
olvidando otros aspectos que también están vinculados a ella. Y que no conviene
descuidar.
Jesús vuelve a casa, vuelve al Padre: “Salí del Padre y he venido al mundo, otra vez dejo el mundo y me voy al
Padre” (Jn 16,28). Pero entre esa “salida” y ese “retorno” pasaron cosas
muy importantes.
Jesús no regresó al Padre como había salido: regresó marcado con unas
señales, las pruebas del amor y las consecuencias de su misión. Y dejándonos
señalada una tarea: la de inyectar cielo, el Reino, en la tierra; la de
ascensionar la realidad, transformándola con las semillas del Evangelio.
La Ascensión de Jesús es una llamada de fidelidad a la Tierra, que con “dolores de parto” (Rom 8,22) ansía
alcanzar la “novedad” pensada por el Padre Dios, como casa de todos sus hijos,
donde reine la justicia y la paz.
La Ascensión, pues, no devalúa la Tierra. Es la invitación a cultivar y
llevar a feliz término su vocación original. La Ascensión supone el
reconocimiento de la “mayoría de edad” de los discípulos, de la Iglesia.
Es uno de los aspectos que destacan las lecturas de esta fiesta. “¿Qué hacéis ahí plantados, mirando al cielo?”
(1ª lectura). La Ascensión abre una nueva perspectiva, la de la evangelización:
“Id al mundo entero y proclamad el
Evangelio a toda la creación” (Evangelio).
¿Qué es evangelizar? No parece que debiera ser difícil la respuesta a
esta pregunta; sin embargo, vivimos en un mundo tan sofisticado y complejo que
hasta lo que parece ser claro, se complica inevitablemente.
Evangelizar es hacer explícito a Jesucristo, su persona y su mensaje, el
Reino de Dios, por la predicación y el testimonio de la Iglesia, sin perder
nunca de vista ni a Él (Heb 12,1) ni a la primera comunidad evangelizadora.
Evangelizar es anunciar, desde la vida, el amor gratuito y redentor (Rom
5,6ss), concreto y personal (Jn 3,16), universal (1 Tim 2,4), preferencial (Lc
4,16ss; Mt 11,2-5) y conflictivo (Mt 6,24; 26,36ss) de Dios encarnado en
Cristo. Es configurar el mundo según el proyecto de Dios manifestado por
Jesucristo (Ef 1).
“Evangelizar significa para la Iglesia llevar la Buena Nueva a todos los
ambientes de la humanidad y, con su influjo, transformar desde dentro, renovar
la misma humanidad: “Mira, hago nuevas
todas las cosas” (Ap 21,5; cf. 2 Cor 5,17; Gál 6,15). Pero la verdad es que
no hay humanidad nueva si no hay, en primer lugar, hombres nuevos, con la
novedad del bautismo (cf. Rom 6,4) y de la vida según el Evangelio (cf. Ef
4,23-24; Col 3,9-10) (EvN 18).
Evangelizar es entregar el amor de Dios y al Dios
Amor. No es la propuesta de una nueva ética, sino una nueva revelación de Dios
encarnada en Cristo y que hay que encarnar. Y para la Iglesia evangelizar es
transmitir y visibilizar esta experiencia: “Lo que hemos visto…, lo que
nuestras manos tocaron… Os lo anunciamos” (1 Jn 1,1).
La segunda lectura habla de la
necesidad de que Dios ilumine los ojos de nuestro corazón - solo se ve bien
cuando se mira con el corazón – para comprender esta nueva realidad que inagura
la Ascensión del Señor. Porque la Ascensión nos afecta.
REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Cómo vivo la Ascensión?
¿Me siento afectado?
.- ¿Qué realidades están
clamando por una ascensión liberadora?
.- ¿Qué hago por la Tierra
nueva, donde habite la justicia?
DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.
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