Es el lema para la Jornada Pro-orántibus de este
año, jornada para rezar y recordar a los que hemos ofrecido nuestra vida en
alabanza continua a la Santísima Trinidad y nuestra oración de intercesión por
la comunidad cristiana y el mundo entero.
Santa Clara nos invita en su testamento a dar gracias
a Dios por todos los dones que recibimos de Él diariamente, y entre ellos, el
más grande es el de la vocación, que no acontece una sola vez, sino que se
recrea y activa cada día. Permitidme que este artículo se convierta en una
acción de gracias al Señor por la vocación recibida, y no de manera personal,
sino haciéndome eco de la acción de gracias de todas y cada una de mis hermanas
contemplativas de nuestra diócesis, que estoy segura, ofrecen cada día a Dios:
Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Santa Teresa invita a sus hijas: “Sólo quiero que le
miréis a Él”. Ya el salmista lo proclamaba: “Oigo en mi corazón: buscad mi
rostro. Tu rostro buscaré, Señor. No me escondas tu rostro” (Salmo 26), y
exhortaba a los oyentes: “Contempladlo y quedaréis radiantes, vuestro rostro no
se avergonzará…” (Salmo 33).
Por su parte, Santa Clara nos anima a mirar a
Jesucristo y a mirarnos en Él como en un espejo: “Mira, pues, diariamente este
espejo (…) y observa constantemente en él tu rostro. Y continúa: “Mira atentamente
en el comienzo de este espejo a la pobreza de aquel que fue colocado en un
pesebre y envuelto en pañales (…) Y en el centro del espejo considera la santa
humildad (…) Y al final del mismo espejo, contempla la inefable caridad con que
quiso padecer en el leño de la cruz y morir en él de las más infames de las
muertes”. En otra de sus cartas se expresa de la siguiente manera: “Míralo
hecho despreciable por ti, y síguelo, hecha tú despreciable por él en este
mundo. Observa (…) a tu esposo, el más hermoso entre los hijos de los hombres,
hecho por tu salvación el más vil de los varones (…) Medita, contempla y trata
de imitarlo”. Y en otra dice: “Fija tu mente en el espejo de la eternidad, fija
tu alma en el esplendor de la gloria, fija tu corazón en la figura de la misma
sustancia y transfórmate toda entera por la contemplación en imagen de su
divinidad”.
No olvidemos, que es Él quien primero nos mira. Sólo
así, mirándole a Él y dejándonos mirar por Él, podremos ver su rostro en el
rostro de los hermanos que nos rodean y “descubrir los signos de la presencia
de Dios en la vida cotidiana (…) en un mundo que ignora su presencia” (VDQ).
Sólo así podremos ser faros, para los cercanos y para los lejanos, antorchas
que acompañan el camino de los hombres y mujeres en la noche oscura del tiempo,
centinelas de la aurora que anuncian la salida del sol, como nos anima el Papa
Francisco en su Constitución apostólica sobre la Vida contemplativa.
Hago mías las palabras de Santa Clara al final de su
vida: ¡Gracias, Señor porque me pensaste! ¡Gracias porque me creaste! Y añado:
¡Gracias, Señor porque me miraste! ¡Gracias porque me elegiste! ¡Gracias porque
me esperaste!
Sor Mª Cristina de la Eucaristía, o.s.c.
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