"En aquel tiempo, dijo Jesús: “Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre y nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre, que me las ha dado, supera a todos y nadie puede arrebatarlas de la mano de mi Padre. Yo y el Padre somos uno”.
REFLEXIÓN PASTORAL
La imagen de Dios como pastor se remonta a los profetas (Jer 23,1-2; Ez 34). También los salmos conocen este perfil divino (Sl 23,1; 80,2). Con ella se quería descalificar a los falsos pastores, que no guiaron al pueblo según el designio de Dios, y sobre todo ratificar que Dios en persona asumirá ese quehacer. “Yo mismo buscaré a mis ovejas y las apacentaré...; buscaré a la oveja perdida y traeré a la descarriada...Y suscitaré un pastor que las apaciente” (Ezq 34,11-23). ¿Cómo no ver en la parábola de la oveja perdida (Mt 18,12-14; Lc 15,4-7) y sobre todo en la imagen de Jesús, el Buen Pastor (Jn 10), el cumplimiento de esa profecía? La carta a los Hebreos hablará de Jesús como “el gran Pastor de las ovejas en virtud de la sangre de una Alianza eterna” (13,20)
Es cierto que esta imagen -Pastor y ovejas- hay que despojarla de toda connotación gregaria, pues ser oveja -discípulo de Jesús- no es un hecho gregario sino personal.
Jesús es el Buen Pastor, que conoce personalmente y da vida personal -su vida y “en abundancia” (Jn 10,10)- –por y a sus ovejas. Ovejas que son un don del Padre -“mi Padre me las ha dado”-; ovejas que son su propiedad -“nadie puede arrebatármelas”- ¡Qué serenidad y confianza para nuestra vida sabernos conocidos y amados así por Cristo!
Pero ese conocimiento del Buen Pastor implica el reconocimiento-seguimiento de las ovejas -“escuchan mi voz y me siguen”-. ¡Qué responsabilidad para nuestra vida! Porque esto tiene consecuencias muy importantes. Ese seguimiento es, en primer lugar, acogida: supone reconocer el paso de Dios por mi vida. “Mira que estoy a la puerta llamando” (Apc 3,20); es conocimiento y personalización de los núcleos fundamentales de la persona de Jesús: sus sentimientos (Filp 2,5ss), su mentalidad (I Cor 2,16), su estilo (I Jn 2,6), hasta convertirle en protagonista de la propia existencia (Gal 2,20); es, finalmente, testimonio que, como nos recuerda la 2ª lectura, ha de ser veraz, es decir, sincero, profundo y hasta sangrante.
¿Tenemos conciencia, experiencia de esta vida y de esta presencia del Buen Pastor? ¿Sentimos su pertenencia a Él como algo fundamental? ¿Languidecemos por inanición o nos alimentamos con su pasto vivificante?
¿Escuchamos y seguimos la voz del Señor o andamos descarriados y perdidos por caminos sin futuro tras la voz de mercenarios?
Pero, no lo olvidemos, también Jesús, es presentado como el Cordero, degollado.
REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Qué resonancias personales evoca en mí la imagen del buen Pastor?.- ¿Reconozco y escucho su voz?
.- ¿Cómo ejercito yo mi responsabilidad “pastoral” -todos la tenemos-?
DOMINGO MONTERO, OFM Cap
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