Han pasado varios años
e Inés, lejos de su hermana
oye alarmantes noticias
de la enfermedad de Clara.
Inés sufre tanto más
cuanto no viendo a la hermana
se imagina los dolores
y más tristeza la embarga.
La dicen que el Santo Padre
fue al Convento a visitarla
y quedó muy conmovido
a la vista de la Santa..
Al fin, Dios a Inés la premia:
Ha querido consolarla,
llevándola a San Damián
con su amadísima Clara.
Son momentos de aflicción,
pero de consuelo y gracia
pues llegará bien a tiempo,
ya que va a morir su hermana.
Cuando se extingue la vida
de la “plantita seráfica”
Inés recoge a su lado
con ansiedad sus palabras:
- “¡Inés, dulce hermana mía!
¡qué gozo, qué gran consuelo
poder tenerte a mi lado
en mis últimos momentos!
Porque me voy de la tierra,
no te aflijas, hija amada
que el cielo es nuestro destino,
nuestra verdadera patria”.
Inés exclamó llorando:
-”No te vayas, madre mía…!
espera un poco de tiempo…
¡No podré vivir sin ti!
¡Dios mío…! ¡qué desconsuelo!”
- “¡No llores, Inés querida!
¿ves? se acaba mi destierro…
¡Morir de amor… es tan dulce!”
- “¡Pues morir contigo quiero!”
E Inés siguió sollozando,
y dijo con ese acento:
- “No me dejes… quedo sola…
hundida en mar de aflicción…
¡el corazón desgarrado…!
¡Llévame, Clara, al Señor!”
-”Sí; pronto me seguirás…
¡Ten la lámpara encendida,
pues el Esposo se acerca,
y en breve será tu dicha!”
-”¡Qué feliz me haces hermana
con tan dulce profecía!
pues morir quiero de amor
como tú, hermana querida.”
- “¡Oh! ¡Cuán dulce es el morir!
¡Veo a la Virgen María…
y los ángeles que entonan
suavísimas melodías…!”
Y Clara seguía diciendo
hablando consigo misma:
- “Parte segura, alma mía:
que el Dios que te redimió,
va a recibirte en sus brazos
para ser tu eterno amor!...
Muero… ya veo otra luz…
¡Pronto! ¡Ven…! ¡Señor Jesús!
Después de haber presenciado
Inés y demás hermanas,
una muerte tan preciosa,
han quedado emocionadas.
Entre lágrimas y cantos
y visiones celestiales
se había dormido Clara
en los brazos de Dios Padre.
Ahora Inés quedó viviendo
más que en vida natural
con esperanzas y anhelos
de la Patria celestial.
Se pasó muy pronto el tiempo
e Inés enfermó de muerte:
ella esperaba reunirse
en breve a su Hermana ausente.
El otoño con sus vientos
y sus hojas amarillas,
con su emigración de pájaros
y ausencia de florecillas,
invitaba a recogerse
en silenciosa oración:
En San Damián, las Hermanas
lo hacían con emoción,
pues Inés seguía grave
en el lecho del dolor.
Y en efecto, a los tres meses
de haber muerto Santa Clara
con muerte igual de envidiable
la seguiría su hermana.
Y se acerca ya la muerte;
son momentos inefables
en que se palpa el misterio:
¡Dios presente! ¡inexplicable!
Y así, en los brazos de Cristo,
el Esposo tan amado,
entra Inés en su reposo
en aquel gozo añorado.
Sí; ella entraba gozosa
en el cielo entre los santos,
con la Virgen y con Clara,
y con un canto en los labios.
¡Qué dulce morir de amor!
¡qué feliz, morir cantando!
abrasada en ese amor,
¡en el amor del Amado!
Al entrar al Paraíso
esta humilde y nueva santa
tuvieron que resonar
armonías sobrehumanas:
¡El cántico de las vírgenes
que seguían al Cordero;
de sin igual hermosura
siempre antiguo y siempre nuevo!
En la paz de aquella tarde
una gran melancolía,
se posó sobre el ambiente:
las Hermanas se arrodillan
y lloran por esta pérdida
de la Hermana tan querida.
Una luz esplendorosa
extingue el anochecer.
Una nueva Estrella al cielo
le acababa de nacer. (6)
Fue Inés al igual que Clara
ferviente contemplativa,
primicia en la Orden de Hermanas
y la siguiente “plantita”,
que extendió con celo ardiente
su evangélico carisma.
Invoquémosla con fe
pues está canonizada:
Es ya SANTA INÉS de ASÍS
hermana de SANTA CLARA.
Celebremos su heroísmo
con ilusión y alegría:
19 de Noviembre
¡es su fiesta! ¡es su día!
(6) Autorizó su culto el Papa Benedicto XIV en 1752
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