Se van pasando los años,
e Inés en su corazón
sigue su vida entregada
siempre al querer del Señor.
Su contemplación avanza
y su comunicación
con el Señor, se ha mostrado
a veces, al exterior.
Estos dones tan visibles
son para ella un sufrimiento;
pues se siente anonadada,
indigna, en todo momento.
Su vida sacrificada,
siempre humilde y escondida,
puede llamar la atención;
y esto la hiere y la humilla.
Entregada a las Hermanas
disponible para todo,
pasar desapercibida
es su deseo, tan solo.
Porque por Jesús lo ofrece;
por Jesús lo pasa todo;
por Él y para Él es su vida,
entregada, siempre y solo.
Pero Dios una vez más
va de nuevo a visitarla;
quiere premiar a su sierva
tan niña, y siempre tan grata.
Así una tarde fue Inés
a orar, como acostumbraba
y al punto se sintió envuelta
en gran luz tornasolada.
El misterio de lo santo
la llena de turbación,
postrándose humildemente
ante su Dios y Señor.
En su éxtasis contempla
una hermosa aparición
que la llena de sorpresa
y de gran admiración:
Un ángel azul, bellísimo
que traía entre sus manos
tres coronas para ella
enviadas por su Amado,
contemplado entre las nubes
como un Niño sonrosado.
Inés recibe extasiada
la noticia y el regalo;
y con gratitud inmensa
hacia su Esposo adorado,
le repite: ¡Gracias! ¡Gracias
porque me has amado tanto!
Podemos pensar ahora
un poco en las tres coronas
que llamaremos de flores,
aunque con piedras preciosas.
Fijemos, pues, la atención
en tan brillantes regalos
con que a Inés la adorna el ángel
de los cielos enviado.
Ellas nos pueden hablar
de virtudes de la Santa
para conocer mejor
e
n lo que ella destaca.
El ángel pone en su frente
una corona de nardos
cuyo perfume la embriaga:
es premio a su amor seráfico.
Sí; el amor más puro ardiente
va marcando su existencia,
con anhelos fascinantes
de fuego vivo, que quema…
y que en medio del cauterio
causa un gozo que enajena…
Otra corona le trae
de claveles rojo vivo,
premio a su vida entregada
en pobreza y sacrificio.
Se despojó de las honras,
y de todas las riquezas.
Y se abrazó a Cristo pobre
¡y en la Cruz! fue su riqueza.
La pobreza del pesebre,
la pobreza de la Cruz
resplandece en su camino:
¡sacrificio en plenitud!
Y la tercera corona
es de rosas, rojas, blancas…
corona que iba a premiar
su gran celo por las almas.
Esta intención ha tenido
desde su entrega al Señor:
la salvación de las almas
con su vida de oración.
Preocupación por el Reino
de Cristo y de su doctrina:
que llegue a todos los hombres
esa paz, esa alegría.
Su oración abarca el mundo
y a su Iglesia tan querida:
“a sus miembros vacilantes”,
a todos su ayuda brinda.
¡Oh! ¡Qué visión tan divina
tan dulce y consoladora!
que a Inés , humildísima virgen,
dejó confusa; y ahora
agradece a su Señor
tal gracia maravillosa;
que no merece por cierto
pero que estima y adora.
Así hemos conocido
la oración de gran altura
de esta mística, en su tiempo,
de gran belleza y dulzura.
Y así transcurrió su vida,
mansamente en el silencio
de aquel pobrecillo claustro
que tan dichosa la ha hecho.
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