En el pobre San Damián,
sigue la vida tranquila
y muy feliz para Inés
junto a su hermana querida.
Pero la llega la hora
de la prueba más amarga
que a la virgen asisiense
dejará en la cruz clavada.
El Superior decidió
enviar a Hermana Inés (2)
a una nueva fundación,
pues la conoce muy bien.
Conoce su gran virtud
y que el ideal de Clara,
y lo grande de su amor
está plasmado en su hermana.
Seguro que allá en Florencia
ella podría plantar
el espíritu seráfico
y de pobreza total
que, como en ninguna parte
florece hoy en San Damián.
Era una tarde de sol,
primaveral, deliciosa,
cuando fueron al jardín
las dos hermanas dichosas.
Los jazmines y los lirios,
las azucenas y rosas
revestían el vergel
de colores y de aromas.
En el ribazo entre flores,
se sentaron en silencio:
pero en Clara se veía
preocupación, sufrimiento.
Oigamos, pues, ahora el diálogo
de las dos santas hermanas
de intensa y grande emoción,
todo cuajado de lágrimas.
Clara comienza a decirle
con suma delicadeza
a su querida hermanita,
la noticia, aunque le cuesta.
- Inés, hermana querida,
debo decirte una nueva
que quizá pueda llenarte
de inquietud y de tristeza.
- ¿Pues, qué es, hermana mía?
- Que es preciso que fundemos
un convento algo lejano
y tú has de ser portadora
del espíritu seráfico.
Inés (que se ha conmovido)
ha seguido preguntando:
- ¿Quieres decirme que tengo
que separarme de ti?
- Bueno, Inés mía… algo así…
- ¡Oh! ¡Jamás! -exclamó Inés-:
Me prometiste aquel día
que así permaneceríamos
para siempre igual de unidas.
¡Desde entonces hemos estado
unidas en una suerte;
y así debemos de estar
unidas hasta la muerte!
- Sí, esto te prometí;
-le contestó humilde Clara-;
y es que el lazo del amor
no lo rompen las distancias,
ni tampoco el ideal,
pues es lazo de las almas.
Pero Inés continuó:
- ¡No me digas eso, hermana!
¿cómo voy a separarme
de la mitad de mi alma?
Clara contestó: - ¡Hija mía!
¡Mi corazón también sangra…!
Pero ¡por Jesús, hijita…!
lo podremos por su gracia.
¡Oh! yo sé que el sacrificio
es heroico, lo comprendo;
mas, la obediencia lo pide
y hemos de aceptarlo entero.
¡Inés, hermana querida
¿te tengo que recordar
que la cruz y el sacrificio
es siempre lo que hay que amar?...
- ¡Ah! Clara, ya lo comprendo.
Sin embargo, hermana mía
me parece un imposible;…
¡me parece muy deprisa!
Clara comprende a su hermana;
y amorosa y compasiva,
sigue por ello animándola
con sus palabras de vida:
- Pues la cruz y el sacrificio
serán como una locura;
pero ¡locura de amor!
que se convierte en dulzura.
Contemplemos “el Espejo
sin mancha”, Jesús amado;
su inefable caridad,
que en la Cruz nos la ha mostrado.
Él muere por nuestro amor
entre atroces sufrimientos…
y ¿no amaremos la Cruz,
teniendo así parte en ellos?...
Inés se había conmovido
hondamente, hasta las lágrimas,
que también ella había visto
en los ojos de su hermana.
Y así dijo dulcemente:
- Sabes que tus pensamientos
son ciertamente los míos;
y contigo al recordarlos,
todo eso lo he sentido:
Por la Cruz, hermana mía,
¡todo es posible! es muy cierto.
Por Jesús y por su amor,
Clara dijo aún entre lágrimas:
- Hija mía, hermana amada:
¡esto esperaba de ti!
Has demostrado el coraje
que siempre te conocí:
Siempre sensible al amor,
siempre fuerte y decidida.
¡El amor es invencible!
¡el amor es lo que anima!
Se abrazaron, se fundieron
en abrazo fraternal…
Se abrazaron a la Cruz,
ambas en el ideal.
Y sintieron que la Cruz
de Jesús, creída locura,
se les cambió ciertamente
en oleada de dulzura.
Inés hubo de partir
para su nueva morada.
Clara quedó en San Damián
sin su santa y dulce hermana…
Se separaron los cuerpos:
¡unidas quedan las almas!
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