EN SAN DAMIÁN
San Damián es el recinto
donde moran encantadas
alejadas ya del mundo
estas vírgenes seráficas.
Siguen las huellas sangrantes
de Cristo Crucificado,
que el Seráfico Francisco
con su vida va enseñando,
y volviendo al Evangelio
el siglo XIII lejano.
Ya Inés, de su hermana Clara
es fiel discípula atenta,
que ha asimilado su espíritu
de una manera perfecta.
Han sabido organizarse
como tenían previsto
y siguen fieles las normas
que les da Hermano Francisco:
“Por divina inspiración
abrazasteis esta vida.
Vivid el Santo Evangelio
que es la caridad cumplida.
Y yo he de tener cuidado
de vosotras, pobrecillas;
vivid siempre en la verdad,
y en Espíritu y fe viva”.
Inés siguiendo obediente
la vida común trazada,
es ejemplo de virtudes,
de observancia franciscana.
Alma muy contemplativa
va alcanzando en la oración
los más elevados grados
de mística unión con Dios.
Conozcamos los carismas
y dones extraordinarios
que el Señor la dispensara
en estos dichosos años.
En el Pesebre y Calvario,
y en la Santa Eucaristía,
están los grandes amores
por los que su pecho ardía.
A veces se le aparece
la Virgen llevando al Niño;
¡es una de las vivencias
más tiernas, que haya tenido!
Mirando al Niño Divino,
Él ha venido a sus brazos
y en éxtasis le contempla
sonriente, en su regazo.
Así feliz le festeja
acunándolo arrobada
con dulcísimas canciones
de dulzura inigualada.
¡Oh! ¡qué momentos de cielo
ha pasado junto al Niño!
y ¡qué místicas delicias,
con su amor, con su cariño!
Y ¿cómo fue su experiencia
del misterio de la Cruz?
Ella, en sus sacrificios,
se unía siempre a Jesús.
Ponía toda su vida
en ofrenda al Redentor:
Con su Dios Crucificado
sufre una nueva Pasión.
Cuando puede recibirle
en la Santa Eucaristía
su corazón queda ardiendo
en los brazos de María.
Pues ella acude a la Virgen
para ir bien preparada
a recibir a Jesús,
al Esposo de su alma.
La Comunión es su ensueño;
la comunión es su vida;
la comunión es su gozo
en que piensa noche y día.
Es el encuentro amoroso
con Jesús su bien Amado:
¡Es la hora del amor…
del abrazo enamorado!
Y aunque no pueda tener
este encuentro realmente,
el deseo de su amor
le atrae espiritualmente.
Y es que pensando en Jesús,
se ha llenado de ternura:
sus lágrimas corren ardientes
¡de dolor… de amor… dulzura…!
Tiene el alma tan cargada
de estas místicas vivencias…
que más de una vez la han visto
elevada de la tierra,
toda en Dios enajenada,
como en el aire suspensa.
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